29 marzo 2012

Como las aves


Poesía súbita "Como las aves"
Autor: Javier Reséndiz

Estaciones: Primavera

Esas que ves no son golondrinas 
que vuelven desde lugares perdidos 
Son mis besos, que al no encontrar tu boca 
como aves negrean el cielo buscando su nido.

15 marzo 2012

Ask me

Poema "Ask me"
Autor: Javier Reséndiz

Image Belle jar by Neil Mooore

Si tú quisieras 
si yo pudiera 
si tú vinieras 
si yo estuviera 
sí  diría sí 
sin importar lo que preguntaras  sin importar lo que pidieses 
en el increíble arrebato  en el despertar de la pausa  bajo el sol del desierto  bajo el calor de la sábana 
seré tu espacio  serás mi alcoba  amarraré mis noches  soltarás mis amarras 
sí  diría sí 
con los oídos abiertos  con los ojos cerrados 
arañando lo incierto  sentenciando mi causa  respirando tus pasos  entregándote el alma.

Ilustración: Belle jar by Neil Moore
Si quieres conocer más obras de Neil Moore

14 marzo 2012

Amor de antes, amor de despues


Cuento "Amor de antes, amor de después"
Autor: Javier Reséndiz


Image Wedding by Daryl Banks

Camila... la muchacha bonita, la hija de papi, la hija de mami, la joven piadosa, la mujer que no sabía amar, la niña que nunca se había deleitado con un beso francés, aprendió con el tiempo que la vida es muy corta y que hay que aprovecharla en algo más que rezos y liturgias.

Se vistió coqueta, se peinó de moño y hasta el altar llegó acompañada del amor ideal, como manda el evangelio. También, con el tiempo, aprendió que es más fácil querer al amor en la añoranza, que aguantarlo.

¡Ay, Dios mío! ¡Ay, de mí! ¿Por qué me concediste un animal y no un querubín?

Llegaron los hijos, vinieron los nenes, y la grácil cintura, la etérea figura, se vio sepultada bajo un ancho vientre de gruesos adobes y escondida tras un largo mandil.

Crecieron los chicos, se hicieron muy hombres. Trajeron sus propios vástagos y, con el infierno que estos desataron entre sus muebles, entre sus trastos y entre sus jarrones, Camila aprendió que la vida es muy corta y que hay que aprovecharla en algo más, y no sólo en librar batallas con infaustos demonios; aunque éstos fueran muy monos, aunque éstos no fueran malos, sólo socarrones.

¡Ay, Dios mío! ¡Ay, de mí! No me mires con esos ojos, diosito santo, que no soy mala, que sólo quiero ser feliz.

Compró pomadas, se pusó la faja, se quitó los chongos y quemó el mandil. Se metió al gimnasio, se tiñó el pelo, se pintó la boca, se rizó las pestañas y se polveó la cara con los colores de invierno; pues son los mejores para romper corazones…

…aunque estos sean muy viejos, aunque estos sean muy tiernos.

Se vistió de tacón alto, mallas ajustadas y bolso de mano para ir a la escuela. Medio aprendió el inglés, aunque pronunciaba un poquito mejor el francés. No con palabras, no con rituales de... «¡Hola, qué tal! ¿Cómo está usted?».
Sino con besos, sino con suspiros, de esos que hacen alarde de que no hay mejor noche que la de anoche: «y no saques la lengua, y vuélvele a dar, porque me encanta cómo haces esos giros.»

¡Olalá, Monsieur mon ami! ¡Que esto es vida! Y cuando muera, que las ofrendas me las traigan aquí.

Camila, Camilita... la Doña, la gran señora, aprendió con el tiempo que no son los claustros, que no son los pañales y que no es el marido de feroces rugidos, los ingredientes idóneos para acelerar el corazón y para catapultar la emociones.

Pero sí lo era, simplemente, ese bello torito: …ese nenúfar de rizos tupidos!

No lo atrapó de blanco, no lo cautivó con el mandil, no lo sedujo con nenes y ni tan siquiera con amor. Lo hizo suyo con mucha experiencia, algo de maña y bastante sex appeal.

Ilustración: Daryl Banks
Si quieres conocer más de Daryl Banks

24 julio 2011

Luna


Poema "Luna"
Autor: Javier Reséndiz

Imagen de lobo aullando a la luna

Luna indolente 
              luna lejana 
   luna amada 
Haz el favor de escuchar 
/mis plegarias 
Háblame 
acaríciame con tus palabras 
¿No ves que tu silencio me mata? 

Luna que comprometida estás 
con el sol a formar pareja 
Concédeme 
/por una noche 
allende los campos de jazmines 
bailar contigo 
/flotar contigo 
       brillar para ti.

11 julio 2011

Vademecum


Minificción "Vademécum"
Autor: Javier Reséndiz


—Pero no vista de acero durante esta jornada —le sugirió apremiante la doncella a su señor, quien se aprestaba para salir a librar la batalla, extendiendo la mano para posarla sobre el pecho de él, en un intento de transmitirle su genuina preocupación—. En lugar de usar armadura, tape sus oídos con esta cera —musitó con oferente dulzura un instante después.

—¿Pero qué dices, insensata? ¿Qué me protegerá entonces del mandoble, del dardo y de la flecha? —replicó el apelado fuera de sí, dando un manotazo a la cera— ¿Acaso quieres verme muerto? —exclamó a continuación con los ojos desorbitados, al tiempo que la tomó por los hombros para zarandearla. En ese instante, en su mente, a pesar de la miel que libó de sus pechos durante la ya fenecida noche, ella sólo le inspiraba un pensamiento: ¡Traición!

—¡Pero es que usted no entiende, mi Señor! —reviró ella con gesto contrito, sin tratar de defenderse o de zafarse de las férreas tenazas que la lastimaban. En lugar de eso se acercó y, elevando sus rasados ojos, explicó con voz decidida el porqué de su inquietud: —El enemigo al que hoy se enfrenta no tiene castillos, ni torreones ni ejército, ¡pero cuenta con un arma terrible!: ¡La Palabra! Y, ¡ay, mi amado Señor!, contra la lisonja y el halago no existen espadas ni escudos que lo protejan...

09 julio 2011

Luz de Estrella

Poema "Luz de Estrella"
Autor: Javier Reséndiz

Publicación dedicada a Facundo Cabral en ocasión de su sentido falecimiento.
Adiós, Maestro. Tu canto y tu voz seguirán trovando de corazón en corazón durante generaciones.

Imagen Facundo Cabral

Fútil, banal 
¿Qué imperio ha sobrevivido? 
¿Qué amor no ha muerto? 
Vano 
El orgullo resiente los golpes 
que me deshonran y mortifican 
Indignidad 
Es indigno, pienso 
No es el trato que merezco, concluyo 
Ah, la vanidad; sólo hay una forma 
de mantenerla contenta: reverencias 
lisonjas 
¡Vida! ¿Por qué no me respetas? 
¡Tiempo! ¿Por qué te afanas en derrumbar 
cuanto he construido? 
¿Por qué en oscurecer mi relumbre 
haciéndolo difuso e invisible 
cómico y merecedor de condescendencia? 
Polvo 
Como arenas del desierto son mis sueños 
por su número 
Como arenas del desierto son mis sueños 
por su vigor para afrontar el viento 
Hermosas, vivas: muertas 
Universo 
No hay galaxia donde no suceda esto 
No hay planeta donde no se pregunten 
lo mismo 
¿Existí? ¿Existo? 
Noche 
Sólo si se es oscuridad se podría percibir 
la luz por pequeña que fuera 
Sólo si se es luz lo circundante nos parecería oscuro 
cegados a todo lo demás por nuestra propia incandescencia 
¿Soy luz? 
Lo soy; tan radiante, bello y perecedero 
como cualquier estrella.

01 febrero 2011

Mirame

Poema "Mírame"
Autor: Javier Reséndiz

Image Likeness by Neil Mooore


Si vos pudieras tomarme 
de la mano 
Si vos quisieras abrigarme 
en tu regazo 
Si vos desearas tenerme 
siempre entre tus brazos 
De besos y caricias 
/ te llenaría 
desde el alba hasta el ocaso. 

Galopando mis dedos 
entre tu pelo 
extasiándome con tus ojos 
color de cielo 
paseándome por el jardín 
de tu cuerpo 
explorando cada curva 
/ cada hueco 
desde tus plantas 
hasta el cuello. 

Incienso de jazmines 
Velas encendidas 
Sábanas de satén 
Todo esta preparado 
Sólo falta 
/ que tú me mires.

Ilustración: Likeness by Neil Moore
Si quieres conocer más obras de Neil Moore

25 enero 2011

Venta de Garage


Minificción "Venta de Garage"
Autor: Javier Reséndiz


—¡No, por favor! ¡No hagas eso! ¿Quién mejor que yo para procurarte fantasías y un mágico mundo en el acto?
—Lo lamento —le contestó Alicia al conejo—, pero ya estoy cansada de tus prisas y precocidades. Quiero calidad; y para lo que me das, prefiero al gato.

21 enero 2011

Mia


Poesía súbita "Mía"
Autor: Javier Reséndiz

Image Amanti by Bruno Bruni


Saberte frágil es mi pretexto 
Saberte fuerte es tu alivio 
Saberte sola es mi apremio 
Saberte bella es tu anzuelo. 
/ Y saberte mía... 
¡Dios! Lo que daría por saber  
que eres mía.


Ilustración: Amanti by Bruno Bruni
Si quieres conocer más obras de Bruno Bruni

18 enero 2011

La Botija


Cuento "LA BOTIJA"
Autor: Salvador Salazar Arrué
(Escritor Salvadoreño, 1899—1975)

Fotografía de Salvador Salazar Arrué

Relato incluido en el libro “Cuentos de Barro
del mismo autor.





José Pashaca era un cuerpo tirado en un cuero; el cuero era un cuero tirado en un rancho; el rancho era un rancho tirado en una ladera. Petrona Pulunto era la nana de aquella boca:

—¡Hijo: abrí los ojos; ya hasta la color de que los tenés se me olvidó!
José Pashaca pujaba, y a lo mucho encogía la pata:
—¿Qué quiere, mama?
—¡Ques nicesario que tioficiés en algo, ya tás indio entero!
—¡Agüén!...
Algo se regeneró el holgazán: de dormir pasó a estar triste, bostezando.
Un día entró Ulogio Isho con un cuenterete. Era un como sapo de piedra, que se había hallado arando. Tenía el sapo un collar de pelotitas y tres hoyos: uno en la boca y dos en los ojos.
—¡Qué feyo este baboso! —llegó diciendo. Se carcajeaba—; ¡Meramente el tuerto Cande!...
Y lo dejó, para que jugaran los cipotes de la María Elena. Pero a los dos días llegó el anciano Bashuto, y en viendo el sapo dijo:
—Estas cositas son obra denantes, de los agüelos de nosotros. En las aradas se encuentran catizumbadas. También se hallan botijas llenas dioro.
José Pashaca se dignó a arrugar el pellejo que tenía entre los ojos, allí donde los demás llevan la frente:
—¿Cómo es eso, ño Bashuto?
Bashuto se prendió el puro con toda la fuerza de sus arrugas, y se fue en humo. Enseguiditas contó mil hallazgos de botijas, todos los cuales “el bía presenciado con estos ojos”. Cuando se fue, se fue sin darse cuenta de que, de lo dicho, dejaba las cáscaras.

Como en esos días se murió la Petrona Pulunto, José levantó la boca y la llevó caminando por la vecindad, sin resultados nutritivos. Comió majonchos robados, y se decidió a buscar botijas. Para ello, se puso a la cola de una arado y empujó. Tras las rejas iban arando sus ojos. Y así fue como José Pashaca llegó a ser el indio más holgazán y a la vez el más laborioso de todos los del lugar. Trabajaba sin trabajar –por lo menos sin darse cuenta— y trabajaba tanto, que las horas coloradas le hallaban siempre sudoroso, con la mano en la mancera y los ojos en el surco.

Fotografía de un hombre arando

Piojo de las lomas, caspeaba ávido la tierra negra, siempre mirando al suelo con tanta atención, que parecía como si entre los borbollos de tierra hubiera dejando sembrada el alma. Pa que nacieran perezas; por que eso sí, Pashaca se sabía el indio más sin oficio del valle. Él no trabajaba. Él buscaba las botijas llenas de bambas doradas, que hacen “¡plocosh!” cuando la reja las topa, y vomitan plata y oro, como el agua del charco cuando el sol comienza a ispiar detrás de lo del ductor Martínez, que son los llanos que topan el cielo.

Tan grande como él se hacía, así se hacía de grande su obsesión. La ambición, más que el hambre, le había parado del cuero y lo había empujado a las laderas de los cerros; donde aró, aró, desde la gritería de los gallos que se tragaban las estrellas hasta la hora en que el guas ronco y lúgubre, parado en los ganchos de la ceiba, puya el silencio con sus gritos destemplados.

Pashaca se peleaba las lomas. El patrón, que se asombraba del milagro que hiciera de José el más laborioso colono, dábale con gusto y sin medida luengas tierras, que el indio soñador de tesoros racaba con el ojo presto a dar aviso al corazón, para que éste cayera sobre la botija como un trapo de amor y ocultamiento. Y Pashaca sembraba, por fuerza, por que el patrón exigía los censos. Por fuerza también tenía Pashaca que cosechar, y por fuerza que cobrar el grano abundante de su cosecha, cuyo producto iba guardando despreocupadamente en un hoyo del rancho, por siacaso.

Ninguno de los colonos se sentía con hígado suficiente para llevar a cabo una labor como la de José. “Es el hombre de jierro –decían—; ende que le entró asaber qué, se propuso hacer pisto. Ya tendrá una buena huaca...”.

Pero José Pashaca no se daba cuenta que, en realidad, tenía huaca. Lo que él buscaba sin desmayo era una botija y siendo como se decía que las enterraban en las aradas, allí por fuerza la incontraría tarde o temprano.

Se había hecho no sólo trabajador, al ver de los vecinos, sino hasta generoso. En cuanto tenía un día de no poder arar, por no tener tierra cedida, les ayudaba a los otros, les mandaba descansar y se quedaba arando por ellos. Y lo hacía bien: los surcos de su reja iban siempre pegaditos, chachados y profundos, que daban gusto:

—¡Onde te metés, babosada! —pensaba el indio sin darse por vencido—: Y tei de topar, aunque no querrás, así mihaya de tronchar en los surcos.

Y así fue; no lo del encuentro, sino lo de la tronchada:

Un día, a la hora en que se verdeya el cielo y en que los ríos se hacen rayas blancas en los llanos, José Pashaca se dio cuenta que ya no había botijas. Se lo avisó un desmayo con calentura; se dobló en la mancera; los bueyes se fueron parando, como si la reja se hubiera enredado en el raizal de la sombra. Los hallaron negros, contra el cielo claro, “voltiando a ver al indio embruecado, y resollando el viento oscuro”.

José Pashaca se puso malo. No quiso que nadie lo cuidara. “Dende que bía finado la Petrona, vivía íngrimo en su rancho”. Una noche, haciendo juerzas de tripas, salió sigiloso llevando, en un cántaro viejo, su huaca. Se agachaba detrás de los matochos cuando otiba ruidos, y así se estuvo haciendo un hoyo con la cuma.

Se quejaba a ratos, rendido, pero luego seguía con brío su tarea. Metió en el hoyo el cántaro, lo tapó bien tapado, borró todo rastro de tierra removida; y alzando sus brazos de bejuco hacia las estrellas, dejó ir liadas en un suspiro estas palabras:

—¡Vaya; pa que no se diga que ya nuai botijas en las aradas!...